Nuestro organismos es complejo, interactúa con el medio y genera una respuesta en cuestión de segundos. No somos estáticos y no respondemos de la misma forma al mismo estímulo siempre que se presenta. De esta manera, un estímulo negativo puede desencadenar una respuesta autonómica que promueva un aumento de la frecuencia cardíaca y una redistribución del flujo sanguíneo que facilite la “lucha o huída”. En ese momento, el aparato digestivo no va a ser capaz de asimilar alimentos, provocando síntomas gastrointestinales frente al consumo de alimentos que normalmente no suelen producirlos. Esta es una de las maneras en las que el estrés crónico nos afecta.
Somos dinámicos y no podemos seguir evaluando a la salud humana de manera aislada, como sistemas separados que nada tiene que ver uno con otro. Se requiere una comprensión más profunda de lo que puede estar sucediendo con nuestros pacientes.
Hay múltiples causas que pueden ser responsables de una enfermedad, así como hay desequilibrios que, dependiendo de la predisposición del paciente, pueden expresarse de maneras diferentes.
Si reducimos nuestro accionar al mismo tratamiento para todos sin abordar las causas que los originan, solo estamos contribuyendo al aumento de las enfermedades crónicas. Es hora de cambiar el modelo de atención y focalizarnos en la bioindividualidad de las personas. Es hora de aprender el modelo de la medicina funcional.